En España no se desarrolla el Naturalismo de una manera tan clara como en otros países, por ejemplo en Francia, sino que de alguna manera en los autores y en algunas obras aparecen rasgos o están escritas desde las premisas del movimiento Naturalista. Es el caso de Benito Pérez Galdós.
MARIANELA (1878)
"Nuestra imaginación es la que ve y no los ojos"
(Benito Pérez Galdós)
En el siguiente clip se presentan los dos personajes principales Nela la protagonista y Pablo, y nos sirve pare entender la relación que hay entre ellos.
Una de las últimas novelas del ciclo inicial del autor que el denominó "Novelas de tesis" publicadas todas en la década de los 70 del siglo XIX.
La acción se desenvuelve en un pequeño pueblo, aislado y
montañoso, de ambiente cántabro, Aldeacorba, y un lugar donde se
explotan unas minas de lo que se llamaba
calamina, llamado Socartes; sirven de sustento a muchas familias del
pueblo. Allí vive con su adinerada familia el joven ciego Pablo
de Penáguilas, a quien la joven Marianela, huérfana y pobre, le sirve de
lazarillo. Francisco de Penáguilas, labrador rico, viudo y hombre
recto, el padre del joven, le lee libros de ciencias y literatura a su
hijo para mantenerlo al día y cultivar su inteligencia, “para que no
fuera ciego dos veces”. Pablo y Marianela se complementan muy bien
porque ella le describe la realidad más sensible y él la interpreta y
sublima en un plano idealizado superior. Por ejemplo, el hecho de que
Marianela sea poco atractiva no importa en la relación amorosa platónica
que se establece entre los jóvenes.
Marianela, verdaderamente llamada María Manuela Téllez, huérfana y
abandonada, malvive con la familia Centeno, encargados de cuidar de las
sesenta mulas que trasportaban el mineral. El padre, Sinforoso la
protege, pero la madre, Señana, no la puede ver. Celipín, el pequeño de
los cuatro hijos del matrimonio Centeno sueña con ir a Madrid, estudiar
medicina y ejercer de médico. Se lleva muy bien con Marianela y, en su
mentalidad infantil-adolescente, representa muy bien el deseo y la
necesidad de adquirir educación y cultura para escapar de la vida
sórdida de su familia.
Un buen día llega a Socartes el oftalmólogo Teodoro Golfín, hombre
de mundo, desenvuelto y optimista. El motivo de su estancia es el de
visitar a su hermano Carlos, el ingeniero encargado de la
explotación mineral. Su matrimonio con Sofía es feliz, aunque sin hijos.
Aportan algo de humanidad en medio de la pobreza y rudeza reinantes
en Socartes. Cuando Teodoro Golfín se entera de la dolencia de Pablo, lo
examina y da esperanzas a la familia de que el muchacho recupere la
vista con una intervención. La noticia es muy bien recibida por todos,
menos por Marianela, que sospecha, no sin fundamento, que si Pablo
recupera la vista, ella será abandonada por su fealdad y pobreza. La
llegada al pueblo de Florentina, joven bella y de buena posición, prima
de Pablo, la altera todavía más.
En su religión sincrética de cristianismo, paganismo, etc., Nela
reza para salir bien librada. En el campo, tiene una visión de la
Virgen, pero sólo era Florentina vista difusamente. Los padres de Pablo y
Florentina comienzan a preparar la boda de ambos primos, pues se caen
bien y el patrimonio quedaría agrupado. Nela se apesadumbra cada día
más; con frecuencia, comienza a pasear sola por el campo y a alejarse de
Pablo y las demás personas. Teodoro opera de la vista a Pablo: la
intervención sale muy bien y, tras unos días, el muchacho recupera la
visión.
Nela planea abandonar el pueblo, pero el doctor Golfín la convence
para que se quede y visite a Pablo en su casa de Aldeacorba, la
población donde se halla Socartes. Pero lo que la abatida
Marianela comprueba es que Pablo se enamora de su prima, aunque piense,
en un primer momento, que es Nela. Deshecho el equívoco, la
joven comprende que ha perdido a Pablo y sus ilusiones para siempre. Cae
inmediatamente en un estado de postración que será mortal. Nela muere a
los pocos días. Recibe un rico funeral con asistencia de todo el
pueblo. Los primos se casan y la vida sigue su rumbo. Un buen día
aparecen por Aldeacorba unos extranjeros que resultaron ser periodistas,
indagando sobre la verdadera historia de Nela. Fantasean sobre la chica
en periódicos ingleses tratándola de noble, rica, independiente y de
espíritu inquieto. El narrador, sabedor de ello, ha decidido contarla él
para que los demás la conozcamos puntualmente.
El final es irónico y triste:
XXII -Adiós
¡Cosa rara, inaudita! La Nela que nunca había tenido cama, ni ropa,
ni zapatos, ni sustento, ni consideración, ni familia, ni nada propio,
ni siquiera nombre, tuvo un magnífico sepulcro que causó no pocas
envidias entre los vivos de Socartes. Esta magnificencia póstuma fue la
más grande ironía que se ha visto en aquellas tierras calaminíferas. La
señorita Florentina, consecuente con sus sentimientos generosos, quiso
atenuar la pena de no haber podido socorrer en vida a la Nela, con la
satisfacción de honrar sus pobres despojos después de la muerte. Algún
positivista empedernido, criticona por esto; pero nosotros vemos en tan
desusado hecho una prueba más de la delicadeza de su alma.
Cuando la enterraron, los curiosos que fueron a verla ¡esto sí que
es inaudito y raro! la encontraron casi bonita; al menos así lo decían.
Fue la única vez que recibió adulaciones.
Los funerales se celebraron con pompa, y los clérigos
de Villamojada abrieron tamaña boca al ver que se les daba dinero por
echar responsos a la hija de la Canela. Era estupendo, fenomenal que un
ser cuya importancia social había sido casi casi semejante a la de los
insectos, fuera causa de encender muchas luces, de tender muchos paños y
de poner roncos a sochantres y sacristanes. Esto, a fuerza de ser
extraño, rayaba en lo chistoso. No se habló de otra cosa en seis meses.
La sorpresa y… dígase de una vez, la indignación de aquellas buenas
muchedumbres llegaron a su colmo cuando vieron que por el camino
adelante venían dos carros cargados con enormes piezas de piedra blanca y
fina. ¡Ah! En el entendimiento de la Señana se verificaba una espantosa
confusión de ideas, un verdadero cataclismo intelectual, un caos, al
considerar que aquellas piedras blancas y finas eran el sepulcro de la
Nela. Si ante la Señana volara un buey o discurriera su marido, ya no le
llamaría la atención.
Revolvieron los libros parroquiales de Villamojada, porque era
preciso que después de muerta tuviera un nombre fijo la que se había
pasado sin él en vida, como lo prueba esta misma historia, donde se la
nombra de distintos modos. Hallado aquel requisito indispensable para
figurar en los archivos de la muerte, la magnífica piedra sepulcral que
se ostentaba orgullosa en medio de las rústicas cruces del cementerio
de Aldeacorba tenía grabados estos renglones:
R. I. P
MARÍA MANUELA TÉLLEZ
RECLAMOLA EL CIELO
EN 12 DE OCTUBRE DE 186…
Una guirnalda de flores primorosamente tallada en el mármol coronaba
esta inscripción. Algunos meses después, cuando ya Florentina y
Pablo Penáguilas se habían casado y cuando (dígase la verdad, porque la
verdad es antes que todo)… cuando nadie en Aldeacorba de Suso se
acordaba ya de la Nela, fueron viajando por aquellos países unos
extranjeros de esos que llaman turistas, y luego que vieron el
soberbio túmulo de mármol alzado en el cementerio por la piedad
religiosa y el afecto sublime de una ejemplar mujer, se quedaron
embobados de admiración, y sin más averiguaciones escribieron en su
cartera de apuntes estas observaciones, que con el título de Sketches from Cantabria publicó más tarde un periódico inglés.
Estamos ante una novela original, extraña y de sabor agridulce. Los
temas tratados son muchos y de enjundia. El primero que, a nuestro
juicio, aborda Galdós es el lamentable abandono de los pobres y
desfavorecidos sociales. La novela encierra una reflexión y una crítica
acerba a las consecuencias materiales, educativas y morales de una
sociedad muy poco equitativa. Nela, por descontado, encarna a la persona
pobre de solemnidad que no tiene dónde caer muerta de hambre. Sólo por
caridad la familia Centeno la atiende en sus necesidades mínimas. Esa
familia también vive al borde de la necesidad, pero van sorteando el
destino. Las consecuencias de la falta de recursos se reflejan en la
carencia de educación, de letras, de una visión amplia de la vida, etc.
Los pobres se aferran a creencias y ritos antiguos que, en realidad,
propician el inmovilismo social, ideológico y moral.
Galdós es poco maniqueo; antes al contrario, fomenta una reflexión
matizada y amplia sobre la conducta humana. Los pobres no son mejores
que los ricos; simplemente resultan más bárbaros y brutos en sus
costumbres, con algunas dosis de violencia incluida.
Complementariamente, los ricos no son más egoístas o caprichosos que los
pobres; casi se podría decir que ocurre lo contrario: los hermanos
Golfín son más bien personas bondadosas, hechas a sí mismas, pues
también habían conocido la pobreza cuando fueron niños (cap. X); Sofía,
la esposa de Carlos, realiza obras de caridad y muestra sensibilidad a
las penalidades de los demás. Y, sin embargo, percibimos que Nela
y Celipín, por ejemplo, podían haber sido personas superiores en todos
los órdenes con la ayuda económica adecuada. En este sentido, conviene
recordar que parte del capítulo IV lo dedica el narrador a una reflexión
honda sobre la importancia de la educación y la formación moral en el
marco familiar para las personas.
El segundo tema de la novela es que las
apariencias engañan y las consecuencias de esa falsa percepción pueden
ser fatales. Cuando Pablo recupera la vista, casi inevitablemente se
enamora de su bella y primorosa prima Florentina. Lo bello atrae y lo
feo repele, casi por ley natural, parece querer decirnos el narrador.
Las protestas de amor idealizado y de fidelidad eterna quedaron,
simplemente, en nada; disueltas. ¿Es culpable Pablo por ello? No,
simplemente se impuso el sentido común de los jóvenes y de las familias
que, evidentemente, fomentan esta relación que preserva el patrimonio
familiar.
El tercer asunto destacado de la novela es la reflexión sobre la
realidad y el deseo, tomando la fórmula de nuestro poeta Luis Cernuda.
Casi habría que invertir el orden de los dos elementos: los deseos de
Pablo se fijan en conocer y amar a Nela; los de sus padres, que cure su
ceguera; los de Nela, corresponder a los sentimientos de Pablo; los
de Celipín, ser médico; los de Teodoro Golfín, vivir y ejercer su
profesión médica con alegría y optimismo, etc. Pero la realidad,
paradójica y cruel, es que el cumplimiento de los deseos de algunos
acarrea indefectiblemente la desgracia de otros. Cuando Pablo recupera
la vista gracias a la destreza médica de Teodoro, Nela comprende que su
futuro se oscurece terriblemente. Florentina acude a ayudar a su primo,
trata de ayudar a Nela, pero su enamoramiento supone la frustración de
las ilusiones de la pobre huérfana. La realidad es de un modo que la
felicidad de algunos, en general ricos y favorecidos, acarrea la
desgracia de otros, como Nela.
En este sentido, conviene preguntarse, ¿de qué muere Nela? Acaso de
rabia, de desesperación, de desengaño de sí misma y del mundo, que la ha
maltratado a gusto y gana. Desgraciadamente, su fealdad física pesa más
que su belleza moral y su nobleza espiritual. Cuando comprueba esta
dura realidad, opta por quitarse de en medio. El narrador pasa factura a
esos vecinos que sólo la encontraron bonita cuando ya estaba muerta.
Como muchas veces ocurre en Galdós, el narrador cierra la narración
con alguna reflexión personal, o anunciando una continuación, etc. En
este caso, el carácter irónico del último capítulo raya la brutalidad.
Nela, la niña de la que en vida casi ignoraban su nombre, descansa para
siempre bajo una “magnífica piedra sepulcral” pagada por Florentina
(paradójicamente, la mujer que provocó su desgracia); pero medio año
después de muerta, ya nadie se acordaba de ella. Tuvieron que venir unos
turistas ingleses a reparar en la hermosa tumba y la fascinante
historia que contiene. Fantasean a gusto en sus “Bosquejos de
Cantabria”, de ahí que el narrador se aplique a contarnos la verdad de
la historia. El influjo cervantino es manifiesto y nos aclara el
magisterio de nuestro primer clásico sobre Galdós, con la lección muy
bien aprendida.
El narrador asoma al texto aquí y allá, en primera persona del
plural, a medio camino entre el mayestático y la maniobra envolvente
para captar al lector. Un ejemplo extraído del capítulo IV nos lo aclara
muy bien: “En lo interior el edificio servía para probar prácticamente un aforismo que ya conocemos [resaltado
mío], por haberlo visto enunciado por la misma Marianela; es, a saber,
que ella, Marianela, no servía más que de estorbo”. Estamos ante este
narrador omnisciente cuando quiere, algo juguetón, objetivo y subjetivo
al mismo tiempo, distante y cercano, etc.
Los personajes son de la más pura estirpe galdosiana: auténticos,
variados, muy bien dibujados, perfilados rotundamente a través de sus
acciones, sus pensamientos, sus sentimientos y su lenguaje. Todos ellos
son verosímiles, cercanos, como familiares al lector. En general,
parecen lineales o planos, pero su riqueza y hondura radica en su
obstinación en ser como son, aunque les cueste trabajo mantener su línea
de conducta. Parte de la intriga de las novelas de Galdós descansa en
conocer si los personajes serán capaces de ser fieles a sí mismos cuando
cambian las circunstancias. En este caso, todos cambian y, como
consecuencia, los efectos negativos acaban en tragedia para Nela.
Esta es una novela rural, del campo, en un lugar
llamado Aldeacorba (no pasemos por alto la ironía del nombre), pero con
un ingrediente de la industrialización más salvaje y depredadora lo que la hace también una novela social.
Parece que Galdós tiene interés en recoger lo peor de ambos mundos. Se
desprende una mirada escéptica y pesimista sobre el rumbo del mundo y de
las personas, tal vez algo atenuado por el hecho de que
Pablo, co-protagonista, recupera la vista y encuentra el amor con su
prima Florentina.
La duración de la acción narrada no se extiende mucho. Semanas, tal
vez algunos meses, pero nada más: la llegada del doctor Golfín
a Aldeacorba, preparativos de la operación de Pablo, éxito de la misma
y muerte de Marianela. El epílogo final, seis meses después, sirve para
enfatizar el sarcasmo del destino de Nela: olvidada, rescatada
imaginariamente por los turistas ingleses y traída a nosotros por el
narrador.
El estilo de Galdós es asombrosamente plástico y vivaz: describe
como dibujando, narra como si viéramos una película, hace que los
personajes dialoguen como si nadie los escuchara, con toda la
naturalidad del mundo. Es, pues, un estilo expresivo, contenido y con
ramalazos de poeticidad aquí y allá. Su dominio del lenguaje ha sido
alabado, y con razón. La exactitud y precisión de las descripciones, el
fondo de verdad que late en sus obras –producto de una concienzuda
documentación previa— y la propiedad de sus diálogos son características
que potencian la eficacia artística. No en vano, Galdós es uno de los
grandes novelistas de la literatura española: a través de sus obras
conocemos la historia oculta, íntima y humilde de las personas normales
(es la “intrahistoria” de Unamuno es decir, la historia de la gente que conforma el pueblo llano, no los grandes personajes históricos y/o políticos como estamos acostumbrados, pero medio siglo antes); tan
verdadera y conmovedora como una fotografía de época.
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